Han pasado cuatro años (tanto dentro como fuera de la pantalla) desde el estreno de la sorprendente Train to Busan (Yeon Sang-ho, 2016), una película que refrescó bastante el cine de zombies y que aportó al panorama oriental, una buena proyección internacional (después llegaría Parásitos, para dar la estocada final). Muchas de las virtudes que la película tenía, desgraciadamente se desvanecen en esta secuela innecesaria, aunque bastante entretenida, todo sea dicho.
Una de las cosas que hacía de Train to Busan una película un poco fuera de lo común en su género, era el tratamiento de personajes. Sin evitar los clichés, la cinta se regocijaba en ellos, dándonos detalles, información, nos hacía empatizar con ellos, porque sobre todo era una cinta a la que le importaban los personajes. Fue precisamente eso lo que encandilaba, además de que la acción se desarrollaba en un espacio tan reducido como un tren. Era una combinación poco habitual.
Pero a veces, “bigger than ever” no significa precisamente “better than ever” y es lo que parece haberle sucedido a esta secuela. La película hereda los acontecimientos de la primera cinta, pero a nivel global, es decir, no vamos a encontrarnos con personajes que ya conocemos. Pero poco más hay de Train to Busan en esta secuela. Atrás quedan esos detalles y esos personajes.
El protagonista (interpretado por un actor que, curiosamente, nació en Busan) sólo tiene ese sentimiento de culpa, un sentimiento que aflora pocas veces, por lo que lo identificamos más con un personaje de héroe que con un personaje más humano. Su evolución no existe puesto que no hay tiempo (ni escenas) en las que pueda demostrarlo, o en las que de un paso más allá.
Lo terriblemente inquietante de los zombies de Train to Busan se vuelve casi “estándar” en esta segunda parte. Ahora no nos sorprenden y lo que es peor, se ha dejado de lado gran parte de la labor artística para decantarnos por un CGI sin alma, al más puro estilo Hollywood. Y es que quizá la idea de esta continuación la acerque más a hacer una buena taquilla en los Estados Unidos que a otra cosa.
Aparte de lo simple de su trama (bien podría haberse aprovechado para otras cosas más… trascendentales), la acción sí que está conseguida. Cambiamos terror y suspense, por una acción desfrenada (sus últimos minutos son absolutamente demenciales y espectaculares) en donde la animación por ordenador deja algunos momentos algo bochornosos, pero disfrutables. Una espectacular persecución que recuerda a las de la saga Mad Max, y que culmina en un final tan dilatado como demasiado dramático, en donde no emociona absolutamente nada.
Península es una cinta de acción correcta, sí, pero si no viniera de donde viene, seguramente la veríamos de otra forma. Una película innecesaria, sí, muy entretenida pero que no toca nada que no conozcamos.