La corta trayectoria de Félix Viscarret (Pamplona, 1975), se ha desarrollado prácticamente entre personajes que van y vienen, bien sea por la vida o bien sea de un sitio A a otro B, entre historias sencillas, pero con trasfondo y miga. Una vida no tan simple, nos sitúa en un momento de nuestras vidas en la que creemos que hemos tocado el cielo y, aun así, seguimos sin saber hacia dónde queremos ir. Una historia tan sencilla como su título, pero, que en el fondo, guarda algo más.
Han pasado 16 años desde su primera obra, Bajo las estrellas, una película que lo convirtió en una de las promesas del cine español. Trasladaba al cine la novela de Fernando Aramburu (de quien luego dirigiría la adaptación del ‘best seller’ Patria, en forma de miniserie) y conseguía el Goya al mejor guion adaptado, además de otros reconocimientos. Un comienzo que le auguraba una carrera interesante.
Una vida no tan simple gira en torno a cuatro personajes, cada uno de ellos con sus miedos y sus ideas sobre la vida o sobre el momento que están viviendo. Una película que mezcla de forma equilibrada, la comedia y el drama emocional (casi vital). Un de retrato generacional de aquellos que piensan que ya han hecho todo lo que podían hacer y de los que creen que les quedan metas por alcanzar. Una vida no tan simple aporta una visión realista con situaciones muy cotidianas y con personajes con los que es fácil empatizar e identificarse. Esa cercanía la suma puntos, no hay duda.
La historia gira en torno al personaje al que da vida Miki Esparbé, actor todoterreno cuyo personaje “víctima” de un ego casi infundado, choca con la realidad de la vida fuera de su trabajo. Isaías es un personaje que adolece de escasa comunicación con los demás y de cierta sobrevaloración personal (trata de justificar su futuro éxito en éxitos pasados). No ve más allá de sus ambiciones, y necesita desesperadamente un golpe contra la vida, para darse cuenta de que hay que bajar los pies a la Tierra. La interpretación de Esparbé es contenida, pero sin emocionar demasiado, y su naturalidad aporta mucha credibilidad al personaje.
Álex García, a quien pudimos ver en la miniserie Antidisturbios (2020) o en la cinta Fatum (Juan Galiñanes, 2023) da vida a Nico, un hombre que parece frustrado por la idea de que la mayoría de las decisiones que ha tomado en su vida han sido equivocadas. Romántico irreconocido, anclado al pasado y solitario casi por obligación, Nico no parece tener las mismas ambiciones que su amigo Isaías y aunque le apoya y le abre los ojos cuando lo necesita, en el fondo es un alma errante, en un mundo en el que el amor es necesario. Quizá es el personaje más interesante de la narración.
En el terreno femenino, encontramos a Olaya Caldera, que interpreta a la mujer en la ficción de Esparbé. Profesora de universidad, su vida está anclada en el conformismo, no tiene demasiadas ambiciones y su fuerte, sin duda, es la fidelidad y lealtad. De talante dialogante y paciente, representa la calma que su pareja necesita, aunque entre ellos no terminan de entenderse.
Y cierra este cuadrado vital, Ana Polvorosa, que da vida a ese interruptor que se enciende en la cabeza de Isaías. Un personaje del que no conocemos mucho, de apariencia frágil y fácil trato. Al igual que Esparbé, la naturalidad con la que la actriz sale a defender el personaje aporta interés y veracidad a las escenas.
Una vida no tan simple habla sobre cosas sencillas, sobre la vida, sobre una generación, sobre las ambiciones, sobre la necesidad de comunicarnos, de saber hacia dónde queremos ir. Toca temas tan cercanos como la maternidad/paternidad, gestionar nuestra vida cuando tenemos otras a nuestro cargo, sobre avanzar hacia delante.
Viscarret factura una película muy interesante, emocional y sencilla, quizá la faltan un poco más de ambiciones, pero con unos personajes muy bien escritos y definidos.